martes, 22 de noviembre de 2011

RESUMEN LA NOCHE DEL CAZADOR

Sin duda, el reverendo Harry Powell es uno de los personajes más asombrosos que nos ha regalado el séptimo arte. Encarnado con absoluta naturalidad por Robert Mitchum, un actor de imponente físico y profunda voz, Powell es un villano memorable, un terrible monstruo (como se le retrata en algunas escenas, por ejemplo cuando persigue a los niños a través del pantano) que ataca de noche, pues parece que no necesita dormir, y cuyos crímenes considera totalmente justificados, pues mantiene que se comunica con Dios y que entre ambos hay un sincero entendimiento. La monumental interpretación de Mitchum se engrandece por la planificación de Laughton, el guión de James Agee (al parecer muy recortado por el director), el acompañamiento musical de Walter Schumann y la fotografía de Stanley Cortez, que llega a componer imágenes muy poderosas (recordando al expresionismo alemán).


Este falso predicador, auténtico lobo de cuento infantil, aparece en escena conduciendo alegremente tras matar a su última víctima, una mujer de la que sólo vemos sus piernas, dispuestas de forma antinatural en las escaleras de un sótano (Laughton no muestra ningún asesinato). Tras confesarse en voz alta con una sonrisa en la boca, Powell asiste a un sórdido espectáculo de variedades; y es uno más entre el público, masculino y sombrío (de nuevo destaca la labor de Cortez) que mira con atención a la joven con poca ropa que baila en el escenario. El reverendo odia a las mujeres, así lo dice con convicción, y las ataca, las menosprecia, las utiliza y las asesina, sin sentir remordimiento. En realidad, como queda demostrado en esa escena de la bailarina, por más que se resista no puede evitar la atracción que siente por el cuerpo femenino, y es muy simbólico que esconda su mano izquierda (en la que ha escrito “odio”) para empuñar su navaja, que se abre de forma inmediata, cortando la ropa. Más adelante volverá a ocurrir algo parecido cuando una adolescente trata de seducirle.

Los corderos de esta historia no son sólo las mujeres, que caen por una razón u otra en manos del peligroso impostor (Willa, a quien da vida Shelley Winters, se somete a él por la presión social, pero no se deja de sugerir el poder seductor de Powell), por encima de todo se llama la atención sobre los niños. En un momento del film, Rachel Cooper (Lillian Gish), también católica aunque representa todo lo contrario a Powell, un ángel protector, ve a una chica abrazarse a su novio y no puede evitar soltar con resignación un pensamiento realmente contundente: “Las mujeres son tontas. Todas. Mírala, perderá la cabeza por una boca traicionera“. Cooper no ayuda a las muchachas, disculpa (e incluso anima con un regalo) a la adolescente que tiene a su cargo, cuando ésta confiesa que ha estado saliendo con chicos; su mayor preocupación, la del relato y la del público, son los pequeños críos indefensos, abandonados a su suerte en un mundo cruel, despiadado, donde los adultos engañan, roban, matan y malviven infelices, a menudo por una simple bolsa de dinero (los diez mil dólares del botín parecen malditos, y pesan como una losa en la conciencia de quienes conocen su existencia).

El retrato que se hace del ser humano, inmerso en una devastadora depresión económica, en ‘La noche del cazador’ es realmente demoledor, no se deja títere con cabeza. A excepción de la señorita Cooper (que no tiene pareja), la única que parece entender más allá de las apariencias (ve enseguida que esos dientes largos son los de un lobo) y que está dispuesta a ayudar de verdad, todos los demás personajes adultos son débiles, irresponsables, miserables y codiciosos, cuando no asesinos. Tampoco se salvan los niños, hay maldad cuando unos chavales cantan sobre la horca e incluso dibujan a un hombre ajusticiado, justo tras la muerte de Ben Harper (Peter Graves), pero se ve realista, esas cosas pasan, sin embargo no son graves, pues se hacen sin conciencia, sin saber realmente lo que se está haciendo. Podría decirse que es una maldad innata, que empieza a florecer y que debería ser cortada. De ahí la importancia del cuidado de la vieja señorita Cooper, aportando el cariño y la educación que necesitan los pequeños para poder sobrevivir y crecer fuertes y bondadosos (que no idiotas).

En medio de esta negrura, de esta verdadera pesadilla que se vive despierto, emerge un chico, al que se llega a comparar con Moisés. Se trata del hijo de los Harper, John (Billy Chapin), que debe madurar antes de tiempo. Tras realizar dos juramentos (con la policía a punto de arrestar a su padre), se hace cargo de su hermana menor, Pearl (Sally Jane Bruce), y trata por todos los medios de ayudar a su madre, que sin embargo se entrega y se rinde con facilidad. John no posee ningún rastro de maldad, también es capaz de atravesar el disfraz del lobo, y su único deseo es proteger a Pearl; su pureza, intacta a pesar de todo lo visto y vivido, queda de manifiesto al final de la película, cuando se enfrenta abiertamente a su pasado, sus raíces, y rompe voluntariamente una de las promesas que hizo. Es un cierre extraordinario para un film irrepetible, de una belleza apabullante (como podéis comprobar en las imágenes que acompañan este texto), capaz de moverse por los terrenos del drama, el thriller, el cine negro, el terror y la comedia, sin patinar en ninguno de ellos. Puede que, a fin de cuentas, sí que sea un milagro.

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